Carta (o petición) pre-autólisis:
Hola Fernando, espero te encuentres con bien, si estás leyendo esto es porque te ganó la curiosidad antes de tiempo o porque llegó el tiempo en donde ni la curiosidad puede mantenerte con ganas de vivir. Como sea que sea el caso, aquí estás, leyendo, leyéndome, gracias.
Hago esta carta porque últimamente la pena se me ha ido resbalando de las manos, de los hombros y del alma. Te escribo porque ya no me gusta esconderme detrás del revelar de lo que mi corazón piensa o mi mente siente. Ya no me angustia tampoco lo que pase a partir de este compartir, ya no me importa lo que reciba a cambio, honestamente lo único que quiero es expresarte mis locuras.
Extrañamente siento un deber, conmigo misma, de hacer esta carta. Pensar en que un día decidas irte por tu cuenta, me pesa porque duele, pero también me tiene tranquila porque confío en ti. Sé que si decides hacerlo, es porque ya habrás navegado todo lo que te quedaba por transitar en tu propio océano de posibilidades y anhelos. Aquí la cuestión es la siguiente, por segunda extraña razón siento la pulsión de ofrecerte una propuesta, la cual supongo que de primera instancia te parecerá quizá gracioso, quizá tierno o inútil, da igual. Me quedo en calma porque eres tan libre, que sé que esto que quiero proponer nunca te hará sentir comprometido y eso me encanta, porque esa nunca será mi intención contigo y también porque siempre es bello cuando una persona se pertenece a sí misma en todos los sentidos. Pero también a veces pienso que la libertad se vuelve aburrida cuando dejamos de expresar lo que sentimos, aunque ya no esperemos nada… ¿tiene sentido lo que digo?
El tiempo ha cambiado algo en nosotros, hemos crecido y evolucionado. Desde mi mirada, puedo verte y gozarte a través de la libertad, lo cual sé que es mutuo. A través de ti, o quizá debería decir “gracias a ti, a nosotros” puedo aprovecharnos como una brújula con una función inventada por mí, que en vez de marcar el norte o el sur, o apuntar a alguna dirección en específico, simplemente mide cuánto se ha estirado el alma, cuánto ha crecido y se ha roto todo eso que reside en nuestro interior. Es bonito que especialmente contigo puedo ver como he (y hemos) crecido en este tema tan simple y tan complicado llamado amor y me atrevo a decir que también en la vida. El punto es que me siento enteramente agradecida contigo Fer, y si puedo de alguna forma regalarte algo de regreso a través de esta cartita, aunque sea una sonrisa antes de partir, con eso es más que suficiente.
No sé cuántos años tengas cuando estés leyendo esto, o releyendo si es que hiciste trampa, pero sé que quiero decirte, como amiga, que entiendo que la vida cansa, así como también te puedo decir como madre, que la vida es más amplia de lo que parece, de lo que alcanzamos a percibir desde nuestros zapatos como hijos. Si un día la vida te llega a cansar lo suficiente como para irte, y yo puedo obsequiarte aunque sea unos minutos, días, horas, semanas o meses en amplitud, me parecería bellísimo.
Sé que nadie puede darle propósito a otra persona para seguir un ratito más por acá, en este mundo tan caótico. Los propósitos son y siempre serán personales, pero sí creo que hay situaciones que pueden ofrecernos la sensación de que la vida, por un instante, se sienta más ancha, que estamos experimentándola con amplitud, y la verdad, en el mero sentido de la palabra, está chido.
Tal vez nunca me alcanzará el dinero (o el tiempo) para comprarme ese terreno que tanto sueño para dejárselo a Gabrielita, tal vez nunca te alcance a ti tampoco, jajaja. ¿Qué tal que nos alcanza entre los dos?...
Si un dia, si a tus 35 o 40 años o los que te sean bastos como para ya no sentir ganas de nada y quitarte la vida, me encantaría que antes de que partieras me ayudaras aunque sea con mi casita en la playa. Podemos disfrutarla un ratito juntos, como buenos compañeros que conviven dentro de la soledad de cada uno. Pasa que estoy consciente de que Gaby también va a crecer y va a dejarme para hacer su vida, lo cual me emociona mucho a pesar de los miedos que una madre puede sentir desde el estómago por sus hijos. También traigo en la lengua y en mi ser, una emoción peculiar, la idea de pensar en compartir un proyecto contigo me causa emoción caray…
Quiero que algo quede claro, yo no busco, ni quiero, ni seré nunca tuya, yo soy de mí, como tú de ti. Yo solo quiero ofrecerte la propuesta de una casa con vista al océano. Podemos despertar con el sonido del oleaje, que cada quien haga su día y compartir una copa de vino antes de dormir. Que tengamos una pared con varias guitarras, un piano de cola, un espacio para que tu grabes música (aunque para ese entonces ya seas un chavorruco) y otro para que yo escriba, una biblioteca acogedora, un patio grande, y de vez en cuando charlemos de lo que se nos plazca, hacernos café, tocarnos y habitar en silencio. Aunque sea un rato, por más pequeño que sea.
Pensándolo bien, también necesito que quede claro el hecho de que soy consciente de mi capacidad y potencial para ganarme la vida por mis propios méritos, para después hacer eso que tanto sueño, y sé que también podría vivir sola en esa casita, pero al mismo tiempo pienso
y eso ¿para qué?
Como que a quién le voy a decir que se me quemó la pasta, que el atardecer de un día anterior estuvo muy colorido, que se me ponchó la llanta otra vez, que la nueva canción de mi artista favorito no me gustó, o tonteras por el estilo. Y nunca quiero hacer sentir a mi hija como que tiene que estar para mí, quiero que sea lo más libre posible.
Eres la única persona a la que le tengo este grado de confianza como para proponerle sin pena y con toda la imprudencia que si jala hacerme segunda un ratito, no para poseernos, porque tanto tú como yo, ya no pensamos ni sentimos como antes, si no para disfrutar del espacio que creamos cuando estamos juntos, espacio que no controlamos, ni nos controla, un espacio que parece atravesar toda dimensión y todo tiempo, un espacio que nos abarca desde que teníamos 15 años y permanece, no como una flor que está por marchitar, si no como un río suave y sutil, que deja ser pero que también te acurruca un poco el alma. Un río que se siente rico y ligero, donde el agua que lo atraviesa fluye, sin que ni tú ni yo sepamos de dónde viene esa agua, solo está ahí y nosotros nos empapamos de ella.
Bueno, tampoco quiero empalagarte con mi carta, pero por favor, si estás leyendo esto y decidiste partir, por favor contáctame antes de hacerlo y comparte un ratito conmigo, uno más, aunque sea el último; ayúdame aunque sea a poner plantas en mi terraza o algo lindo, cántame una canción, enseña a Gaby a surfear o dame un paseo en coche. Si ya te vas a morir, qué más da darle un gustito a una persona que te quiere.
Si por alguna razón yo me voy primero, y sucede que eso que llaman “cielo” si existe, me voy a asomar para ayudarte en todo lo que necesites, si tengo que convertirme en viento para que tu barco sople por el atlántico, con gusto lo haré, o tal vez para cuando leas esto, ya lo habrás navegado…
todo puede pasar, ¿cierto?
Sin duda la vida es un eterno presente abrazado de incertidumbre.
Pienso que ahí, en ese espacio entre la vida y la incertidumbre, queda un lugar para que suceda la magia, porque dentro de lo incierto, siempre hay un lugar para un “todo es posible”.
Si mi idea de compartir un hogar termina siendo un cuento de fantasía infantil, al menos espero tu llamada antes de que decidas partir. Y si mi idea se hace realidad, sé que voy a disfrutar el simple detalle de conocerte cada día un poquito más, mientras vemos nuestras pieles hacerse viejas cuando la primera vez que se palparon, fue dentro de una piel adolescente.
Te quiero, y te quiero siempre, ojalá esta carta permanezca en un pedacito de tu corazón para que sí te despidas de mí aunque sea. No quiero recibir una llamada en unos años y saber que no te pude decir “hola” por última vez.