Los techos de los otros

A veces me subo a los techos de la ciudad para recordar que todo lo que ocurre abajo es simultáneo y precario. Desde allí, la arquitectura se vuelve confesión. Las ventanas iluminadas revelan la coreografía íntima de los otros: un hombre que corta cebollas, una mujer que reza sin voz, un gato que observa sin juzgar.
Fotografío esos momentos como si fueran sueños ajenos. No para poseerlos, sino para dar fe de que ocurrieron. En cada encuadre, intento dejar una parte mía también. El temblor de no saber si lo que capturo es verdad o apenas un reflejo de mi deseo por habitar todas las vidas que no son mías.

Los techos tienen memoria. Bajo las tejas rotas, los inviernos conversan. Me siento ahí, entre antenas oxidadas y palomas cojas, y escribo frases que nunca termino. No por falta de tiempo, sino porque algunas imágenes prefieren no cerrarse. De eso también está hecha la poesía: de lo que decide no completarse.